lunes, 12 de mayo de 2025

Desde Juan II a Leon XIV

 

 


 

¿Por qué los papas toman un nuevo nombre?


Aunque no existe una norma doctrinal que obligue a cambiar de nombre, la práctica se ha convertido en una tradición casi inquebrantable desde hace más de un milenio, pues a partir de un determinado momento prácticamente todos los papas son conocidos con un nombre distinto del suyo propio. Esta costumbre surgió a principios de la Edad Media: el primero en hacerlo fue Juan II, que en el año 533 decidió abandonar su nombre de nacimiento, Mercurio, por parecer demasiado pagano para quien debía ser el líder de la Iglesia católica.


A partir de entonces la práctica se fue consolidando y tomó especial importancia cuando empezaron a elegirse pontífices no italianos: tomar un nombre en latín ayudaba a “disimular” sus orígenes extranjeros y contribuía a que fuesen mejor aceptados. En otros casos también diluía (al menos en apariencia) sus orígenes ostentosos, ya que los pontífices acostumbraban a provenir de familias nobles que, lógicamente, tenían muchos enemigos: abandonar su apellido era una manera simbólica de cortar lazos políticos, aunque en la práctica estaba claro que no era así.
 

Cada nuevo nombre papal es examinado con lupa, pues suele contener pistas sobre las prioridades del pontificado que comienza. Hay muchas razones por las que el pontífice elegido escoge un nombre u otro: desde preferencias por determinados santos (como hizo Francisco), hasta referencias a papas del pasado que hayan sido recordados bajo una luz positiva (como es el caso del actual, León XIV). Pero no todos los nombres están disponibles, al menos simbólicamente. Pedro, por ejemplo, se considera prácticamente vetado por respeto al apóstol y primer papa. Otros están hoy cargados de significados históricos problemáticos (por ejemplo, Pío XI es recordado por sus pactos con la Italia fascista).


Desde que se estableció la tradición de cambiar de nombre al asumir el papado, muy pocos papas han mantenido su nombre de pila; concretamente, solo dos. El primero fue Adriano VI (Adriaan Florenszoon Boeyens), entre 1522 y 1523; y el segundo Marcelo II (Marcello Cervini), cuyo pontificado duró solo 22 días en 1555. Hay que decir que ninguno de los dos mantuvo estrictamente su nombre, sino que lo adaptaron al latín.
León, el nombre que llevaron papas decisivos en la historia de la Iglesia

Antes que Robert Francis Prevost, otros trece pontífices han llevado este nombre. Es el cuarto más popular en la historia de la Iglesia, después de Juan (21 papas), Gregorio (16) y Benedicto (15), y empatado con Clemente (14). Hay que puntualizar que la numeración no siempre ha sido exacta, lo que explica que hubiera pontífices con el nombre de Juan XXIII o Benedicto XVI a pesar de que, técnicamente, los números no cuadraban. Y León es un nombre que han elegido algunos de los líderes más importantes de la Iglesia católica, para bien o para mal.
Entre los papas medievales, el primero con este nombre fue San León Magno (440-461 d.C.), que pasó a la historia sobre todo por haber persuadido al temible Atila el Huno para que no saquease Roma en el año 452. Su nombre quedó asociado para siempre con el liderazgo doctrinal y la autoridad moral: es uno de los 37 personajes nombrados Doctores de la Iglesia, uno de los mayores y más escasos honores de la Iglesia católica.



Durante el Medievo hubo otros papas con este nombre. Algunos pasaron sin mucha pena ni gloria, pero hay que destacar a tres. El primero fue León III (795-816 d.C.), que coronó a Carlomagno como emperador de Occidente, empezando una historia de siglos de disputas y amor/odio entre el poder eclesiástico y el regio. Poco después llegó León IV (847-855 d.C.), que fortificó el Vaticano, algo que se revelaría crucial para protegerlo frente a los ataques de los ejércitos musulmanes y asiáticos. Finalmente, entre 1049 y 1054 encontramos a León IX, que luchó contra la corrupción y el libertinaje de los eclesiásticos provenientes de familias nobles.


Llegados al Renacimiento encontramos a uno de los más decisivos, aunque no exactamente para bien: León X (1513-1521). Este fue desde el primer momento un papa atípico, porque procedía de una familia burguesa y, para colmo, de banqueros (actividad considerada pecaminosa): era el segundo hijo de Lorenzo de Médici, “el Magnífico”, señor de Florencia. Acostumbrado a la buena vida, su excesiva ostentación y afición por los placeres de la mesa fueron decisivas para encender la chispa de la indignación de Martín Lutero, dando inicio a la Reforma protestante.

León X

Dando un salto hasta la época moderna, León XIII (1878–1903) fue el último papa con este nombre hasta la elección del actual, y uno de los más influyentes del siglo XIX. Autor de la encíclica Rerum Novarum ("Sobre las cosas nuevas"), se le considera el padre de la llamada “doctrina social de la Iglesia”: intentó reconciliar la Iglesia con el mundo moderno, abordando las cuestiones laborales, defendiendo los derechos de los trabajadores y planteando el nuevo papel de la Iglesia en la era contemporánea. Su nombre está hoy muy bien valorado por sectores reformistas y sociales del catolicismo.

León XIII 


León XIII ha sido probablemente la inspiración del pontífice actual a la hora de elegir su nombre.

La pregunta obligada es, ¿en cuál de estos se ha fijado el actual papa como referencia? Esto solo lo sabe él, pero los analistas especializados en el Vaticano opinan que lo más probable es que se haya fijado en el último, León XIII. Este pontífice es una figura profundamente asociada con la justicia social, pero también con la modernización prudente de la Iglesia, un mensaje de equilibrio entre la actitud reformista de Francisco y un perfil más diplomático y conciliador en contraste con este, cuyas críticas a los líderes políticos a menudo no sentaron bien a los aludidos.


Así pues, escoger el nombre de León puede indicar una continuidad con los esfuerzos de Francisco pero a través de una reforma tranquila y sólida, algo que puede verse favorecido también por no ser excesivamente mayor para los estándares de un pontífice actual (este septiembre cumplirá 70 años) y, por lo tanto, tener la posibilidad de un papado largo. La elección de una figura de puente entre la tradición y los desafíos actuales, tal como hizo León XIII en su tiempo con los cambios del siglo XIX, era una idea que resonaba con fuerza desde la muerte de su predecesor: habrá que ver, por supuesto, cómo navegará a través de los desafíos de la Iglesia moderna.

Amabilidad con La Inteligencia Artificial

 

 



Consecuencias de la amabilidad. 

El 70% de los usuarios le dice “por favor” y “gracias” a los chatbots de IA, según una encuesta realizada en febrero por TechRadar.  En otras palabras, quienes usan herramientas como ChatGPT, tienden a ser educados con la tecnología. Pero ¿qué significa esa cortesía en términos prácticos? “Decenas de millones de dólares” en energía según respondió hace una semana Sam Altman, el CEO de OpenAI, a un usuario de X. 

 

EL tema ahora es si ese costo vale o no la pena.


* Según Altman, esa decena de millones están “bien gastados”.
* The New York Times dice que “desde el punto de vista del costo y del medioambiente, no hay ninguna buena razón para ser amables con la inteligencia artificial”.
* Pero, agrega, “culturalmente puede haber una buena razón para pagar el precio”.
La cortesía en números. Aunque es difícil establecer el costo monetario de cada una de las palabras que se escriben en un chatbot, The Washington Post y la Universidad de California calcularon el consumo de agua y energía promedio en un mail redactado por ChatGPT:
* Un correo de 100 palabras generado por GPT-4 requiere cerca de medio litro de agua; generado una vez por semana, durante un año, 27 litros.
* Si cada Chileno (alrededor de 16 millones de personas) hiciera lo mismo durante un año, se necesitarían 435.235.476 litros, equivalente al consumo agua de todos los hogares de Valparaísio (1.1 millones de habitantes aproximados) durante un día y medio.


* En términos de energía, si 1 de cada 10 estadounidenses usara ChatGPT una vez a la semana durante un año, la energía consumida sería de 121.517 megavatios, igual a la gastada en 20 días por una casa promedio de Washington.


¿Por qué tanto? Cada pregunta a ChatGPT pasa por servidores que realizan miles de cálculos para seleccionar las palabras más adecuadas. Este proceso genera calor, que es controlado habitualmente por sistemas de enfriamiento con agua. Esos miles de cálculos, además, se traducen en un alto consumo energético.


* Preguntarle a ChatGPT requiere 10 veces más energía que ejecutar una búsqueda estándar de Google, publicó Entrepreneur.


Los beneficios culturales. Más allá de los costos, los expertos dicen que la cortesía refuerza las normas sociales positivas. “Cada vez hay más pruebas de que la forma en que los humanos interactúan con la IA se traslada a la forma en que tratan a los humanos”, explica The New York Times.


* “Normalizar la descortesía con la IA podría trasladarse a nuestras interacciones humanas”, dijo Ben Wood, analista de CCS Insight, a TechRadar.


* “El uso de un lenguaje cortés establece un tono para la respuesta”, dijo Kurtis Beavers, director de diseño de Microsoft a Futurism.


* “Las indicaciones educadas pueden mejorar el rendimiento de la IA hasta en un 30 %”, según A.J. Ghergich, vicepresidente de Botify, en TechRadar.