Mi
método como paseante urbano es simple: camino sin mapa y sin brújula,
dejándome guiar únicamente por la curiosidad. No tengo prisa por llegar a
ningún lugar. No hago planes muy detallados. Voy a donde mis pasos me
lleven, confiando en el azar y el capricho para conducirme a encuentros
fortuitos y pequeños descubrimientos.
A veces me detengo horas
frente o dentro de una tienda, como suele suceder con las librerías de
Buenos Aires, o aquellas de Edimburgo, donde nadie te apura. Otras, sigo
desde un café a algún desconocido que despierta mi interés, imaginando
su vida privada a partir de sus gestos y vestimenta. Cuando la ciudad me
abruma, busco refugio en algún parque o jardín, esos oasis donde se
filtra la calma de la naturaleza.
Para mí, cada paseo es una
aventura en miniatura, un acto de exploración y descubrimiento. Voy por
la ciudad como el naturalista va por el campo, atento a cada detalle,
maravillándome ante la diversidad de la vida. Puede parecer una suerte
de Acto Poético, y solo aquellos que lo han sentido me entenderán sin un
prejuicio de frivolidad.
El flâneur está siempre alerta, con los
sentidos aguzados. Abriéndose a leer la ciudad como quien lee un libro:
en cada esquina hay un párrafo, en cada rostro una historia. Con
paciencia logro descifrar el idioma secreto de la calle.
Comparto
así la visión de Baudelaire, para quien el paseante solitario es "un
príncipe que disfruta en todas partes de su incógnito". La ciudad es mi
reino, y mis súbditos son la muchedumbre anónima.
El verdadero
flâneur camina sin propósito y es justamente esta falta de dirección lo
que permite el hallazgo de lo inesperado. Dejo que la ciudad me
sorprenda, me conmueva, me replantee mis certezas sobre la condición
humana.
Cada jornada de vagabundeo urbano es para mí una aventura
introspectiva. Entre la muchedumbre me encuentro a mí mismo. La ciudad
parece disolverse en mi interior. Me siento parte del pulso anónimo de
la multitud.
Soy un espectador invisible que se mezcla en el gran
teatro de la calle. Y la ciudad es mi musa, mi maestra, mi galería y mi
escenario. Mis paseos son el homenaje a esa gran dama siempre
fascinante que es la urbe son alma. Ciudades sin alma, no son parte de
mi repertorio. Las he vivido y las he escapado.
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